Reseña por: Eva Plaza
Escribir sobre jazz y sus múltiples formas me parece especialmente complicado; aunque esté relativamente familiarizada (poco) con el género -la tríada que siempre menciono es October Equus, On the Raw y el casi extinto El Círculo de Willis-, creo que cada una de las bandas está ordenada desde un punto de vista diferente, lo que hace que cada una sea única. Esto mismo es lo que me ha ocurrido al hablar sobre Amoeba Split.
Amoeba Split es un grupo coruñés formado en 2001 que se desenvuelve en el jazz-rock progresivo y su sonido es característico de la herencia canterburiana. Su primer trabajo, Dance of the Goodbyes, fue editado en 2010. El segundo, convenientemente llamado Second Split, fue lanzado en 2016 y posteriormente fue reeditado por ÁMarxe. El tercer redondo, Quiet Euphoria, también está cobijado por este sello. La obra está firmada por Alberto Villaroya (bajo, guitarras, teclados), Ricardo Castro (órgano Hammond, piano, piano eléctrico), Fernando Lamas (batería, percusión), Pablo Añón (saxo tenor y clarinete alto), Eduardo «Dubi» Baamonde (saxo soprano y flauta), Rubén Salvador (trompeta y flugelhorn), e Israel Arranz (vibráfono)
‘Quiet Euphoria’, el primer tema, se presenta como una balada de piano de entonación grave que va agilizando su ritmo y agudizando sus notas hasta llegar a una explanada en la que el saxo cobra forma y todos los instrumentos confluyen. El cénit lo marca esa partitura diáfana que se entrelaza con unas baquetas finamente urdidas. El piano del principio se vuelve a descubrir, mimetizando la melodía que se estructuró en la apertura de la pieza. La trama más compleja a partir del quinto minuto y las risas que se escuchan al final invocan el lado jazz de Magma en ‘Riah sahiltaahk’.
Una apuesta siempre segura a la hora de embellecer una composición es el empleo de un violín. La banda es conocedora de esto y por ello ‘Shaping Shadows’ da la bienvenida de esta forma, escoltando la escena con una dulce melodía de piano. Realmente no se trata de un violín como tal, sino que es un sampler de un Koto japonés. El breve protagonismo de las cuerdas es relevada por una flauta/clarinete y, más tarde, por un saxo que transmite serenidad. Todo esto viene acompasado con una percusión que rebaja su energía con la llegada de los instrumentos de viento. Los efectos teclísticos se suman a la mezcla y ayudan a que la canción sobresalga por su innovación.
‘The Inner Driving Force’ es esa fuerza conductora que calma al oyente; un remanso en el que la textura jazzística aparece sobria y sin disonancias. Podría decir que los primeros segundos me recuerdan a la majestuosidad que se adhiere al acto de proclamación de un rey. Siguiendo con la misma tentativa de describir la pieza, diría que después la meticulosidad de la parte instrumental de la banda Harvest se presenta en el plano. Igualmente advierto aquí la influencia del sonido canterburiano -ya comentado- tipo Caravan en Waterloo Lily.
‘Divide and Conquer’ pareciera que pone sonido a la sensación de soledad al observar un paisaje árido, como hicieran Captains of Sea and War con su ‘Atacama’. Es decir, el amago de post-rock se descubre aquí, aunque embebido en un motivo más experimental.
‘Thrown to the Lions’ es otra canción suculenta. Una maravilla con mayúsculas. Al principio se me asemeja (aunque sólo durante un instante) a Frutería Toñi en ‘Zuprimo, zurmano, zucompare, zucolega’. Está escrita desde el vocabulario del jazz más intrincado y mejor construido. Cuando quedan poco más de dos minutos para su finalización, se juega con un pasaje muy ingenioso en el que -no estoy segura de que así sea- la flauta/clarinete mantiene un papel especialmente importante mientras que el saxo y el bajo actúan de base, estableciéndose un punto de inflexión que contrasta con la vivacidad que ahora se retoma.
‘No Time for Lullabies’ podría ser una canción de cuna, pues abre con un magnífico piano y sus notas delicadas, cristalinas. Tras esta impresionante introducción, el saxo duplica fuerzas, entretejiéndose con las cuerdas percutidas del comienzo. La canción reúne elementos psicodélicos que se evidencian pasado el ecuador de la misma, y también se van sucediendo los monólogos de viento y de piano. En el último minuto se muestra parte de la nana de ‘Duérmete, niño’, lo que refuerza mi idea de que ‘No Time for Lullabies’ ha sido creada para el relax.
En conclusión, poco más he de añadir que no se haya supuesto ya; estamos ante un disco monumental y resulta imperioso que el oyente lo escuche, ya que de no hacerlo se estaría perdiendo gran parte de la cultura musical que atesoran estos coruñeses.
Nota: 9.2 / 10
Reseña: Eva Plaza
Formación:
Alberto Villaroya – bajo, guitarras, teclados. Sampler de Koto japonés en el segundo tema
Ricardo Castro – órgano Hammond, piano, piano eléctrico
Fernando Lamas – batería, percusión
Pablo Añón – saxo tenor y clarinete alto
Eduardo «Dubi» Baamonde – saxo soprano y flauta
Rubén Salvador – trompeta y flugelhorn
Israel Arranz – vibráfono
Datos técnicos:
Mezclado y masterizado por Ezequiel Oriol en SAWStudio
Portada e interior por Ricardo Castro Varela
Diseño y maquetación: Iago Méndez
Música compuesta por Alberto Villaroya con arreglos de Ricardo Castro
Lanzamiento oficial: 7 de abril
Tracklist:
1. Quiet Euphoria
2. Shaping Shadows
3. The Inner Driving Force
4. Divide and Conquer
5. Thrown to the Lions
6. No Time for Lullabies
Enlaces:
ÁMarxe – Bandcamp
Amoeba Split – Bandcamp
Facebook
Instagram